viernes, 6 de mayo de 2011

!Aguante mechita, vamos por el clásico!


POR EDGAR ORTIZ.

A escasa horas del juego clásico contra el Deporcali que seguramente definirá al octavo participante de los cuadrangulares y teniendo en cuenta la gran necesidad que tenemos de clasificar para sumar los puntos necesarios que nos alejen de la promoción y del descenso, se me vienen a la cabeza una serié de ideas, recuerdos y reflexiones acerca de la necesidad de ganar dicho partido y todo lo que ello representa:



La primera tiene que ver con la posibilidad de clasificar a los cuadrangulares eliminando de plano a un rival directo; la segunda es la posibilidad de alejarnos de la promoción y del descenso compitiendo particularmente con dos equipos de los cuatro que tiene Antioquia en primera, que se encuentran cerca de la clasificación y de esta forma sumarian más puntos en las semifinales, en ese sentido es importante recuperar el lugar de privilegio que siempre tuvo el Valle del Cauca en el ámbito futbolístico, pues desde la eliminación del Cortuluá nos quedamos con dos equipos, superados incluso por Bogotá que ahora cuenta con tres.



La tercera y más importante, es la de ganar por el simple placer de vencer al rival de patio, de lavar la mancha del pasado 6 – 3 en Palmaseca, la del 3 – 2 en Tuluá, los antecedentes no nos favorecen, pues el ganador histórico de los clásicos y particularmente de los últimos, es el equipo verde, adicionalmente no hemos podido ganar por fuera del “Rivera Escobar” como si fuese la hinchada la que empuja desde las tribunas convirtiéndose en un halo victorioso que empuja a los jugadores a dejarlo todo en la cancha, complicándose el tema con la determinación de las autoridades que la banda del diablo no podrá ingresar al partido, como si en Buenos Aires, Madrid, Barcelona y Milán, para solo citar unos ejemplos, se prohibiera el ingreso de hinchadas rivales.



¿Pero qué significa un clásico?, ¿Por qué es tan importante ganarlo?

Simple, cuando se escoge un equipo de futbol se hace para toda la vida, situación que no se presenta ni siquiera en el amor, ni mucho menos en la política, cuando se escoge una divisa, se hace con el corazón, porque se identifica con nuestra forma de pensar, de sentir, de vivir; en ese sentido La Mechita, La Pasión de un Pueblo, como se le conoce, nació en el barrio Obrero en la década del veinte, con jugadores que venidos de mangas vecinas de los barrios aledaños y algunos egresados de Santa Librada decidieron conformar un equipo que los representara frente a los “teams” Bolívar FBC conformado por chicos extranjeros y clase media, Escuadrón Carvajal FBC y el Cali Foot – Ball Club (Que nada tiene que ver con el actual), fundado por jóvenes que habían estudiado en Inglaterra y Canadá. En ese sentido nuestro origen popular ha sido una constante al contar con jugadores venidos de los barrios más tradicionales y de municipios vecinos como Candelaria, Puerto Tejada y Jamundí.



En nuestro escudo se encuentra el diablo, un diablo carnavalesco que llegó a la ciudad traído por los mineros de Marmato que fundaron Siloé y que vinieron a trabajar en la extracción de mineral en los cerros tutelares, aquellos que pusieron en uno de los mismos, tres cruces para evitar que “el divino putas” entrara a la ciudad, sin saber que este ya estaba aquí, atrapándolo para nunca más salir, es por eso que en diciembre los chicos de la loma, arman la comparsa de los diablitos que alegremente nos anuncian el inicio de las festividades.



¿Y el otro equipo?

El otro equipo fue fundado en 1947 por un grupo de industriales de la ciudad, que querían una institución que los representara en el naciente campeonato de futbol profesional, pues ni el América, ni el Boca Junior de aquella época eran dignos de su afiliación, se conocen como los azucareros por que representan a los ingenios de la región.



¿Que se juega entonces en un clásico?

La vida misma, el orgullo y la dignidad, es la posibilidad de que el pueblo se levante por un solo día y celebre, que luzca altivamente una prenda roja como su sangre, que camine feliz por la barriada, sin importar nada, como aquel 29 de junio de 1961 donde ganamos cinco a cero, como en la final del 85 y la copa del 86 donde con sendos garecazos, el jugador Argentino eliminó magistralmente al Cali; como aquella noche donde Freddy Rincón selló un mágico tres a cero con un famoso “Taquito con Desprecio”, esto sin contar los clásicos que definieron títulos en el 86 y 92.



Pero entonces ¿Qué pasa con los jugadores de hoy en día?, será como dice Alberto Suarez ex técnico del América: “Son unos mercenarios que no les importa la camiseta”, atrás quedaron leyendas como la de Juan Manuel Battaglia que después de diez años en el equipo prefirió irse a jugar al Pereira por la mitad de un jugoso contrato que le ofreció la directiva verde, argumentando con lágrimas en los ojos que lo hacía por el respeto con una hinchada que se lo había dado todo. Atrás quedaron técnicos que como el doctor Gabriel Ochoa Uribe siempre afirmó: “Prefiero ganar un clásico que un campeonato”, que diría el hincha de Palmira Antonio Ortega, que tenía su casa pintada de rojo y el piso era verde para tener el gusto de pisotear al Cali, el mismo que dio por nombre a su hija “Luz América” y que por su enfermedad del corazón, el médico le prohibía hasta oír por radio los clásicos o informarse sobre el marcador.



Aún recuerdo una mañana de domingo donde John Freddy Tierradentro, jugador de Siloé fue golpeado por Hamilton Ricard y cayó inconsciente en la gramilla del Pascual, mientras los hinchas del Cali celebraban, pues se creía que había sufrido un infarto dado que tenía una insuficiencia cardiaca, no siendo así y dos horas más tarde, cuando despertó en el hospital departamental preguntó: “¿ganamos?” Y si, habíamos ganado después de ir perdiendo uno a cero, pues sus compañeros sacaron el temple de la herencia Americana y ganaron dos a uno, dedicando el triunfo al compañero acaecido.



Como he gozado en un estadio, aún recuerdo el gol 4000 en toda la historia de La Mecha, tiro libre de Gerson González y un lapidario tres a uno al rival de patio. ¿Y entonces que hacer?, ¿Por qué no correr?, ¿Por qué no matarnos durante los noventa minutos?, ¿Por qué no darle una alegría, una sola, a este pueblo que la necesita, a este pueblo agobiado por la corrupción, por el mal servicio del SISBEN, por el robo a la salud, por el desplazamiento forzado, por el desempleo, ¿Acaso no merecemos una alegría?, Los dueños del poder ya son felices y si no lo son, es porque no quieren, una victoria del Cali simplemente sirve para que se destapen unas botellas de más en el Club Colombia, una victoria del América es olvidar por una tarde los problemas, es sentir a pesar de la adversidad, una alegría infinita que no acaba en el próximo partido sino que se llevará tatuado en el corazón por toda una eternidad.



Por que como dijo Alfonso Bonilla Aragón: “El nuestro no es un equipo de futbol solamente. Es una explosión humana, una pasión aberrante, una arbitrariedad del corazón. No somos el antojo de esos buenos señores que se dedican al futbol para distraer su tiempo y gastar su plata. No. El América es sangre de la sangre de un pueblo que por él vive y padece. Y que por él se deja llevar de los diablos todos los domingos. Como el Flamengo de Rio, el Boca de Buenos Aires, el nuestro no es un club por acciones, sino todo un pueblo uniformado de rojo. Por eso yo no encuentro palabras mejores que las del sambista carioca para desatar el nudo que se nos forma en la garganta. “Oh Flamengo, que me haces llorar””